
Satanás ha tenido mucho éxito en destruir el matrimonio, se ha
propuesto que éste sea una carga en vez de una bendición. Muchos “profesos”
cristianos han tomado las palabras de Dios “…y tu deseo será para tu marido,
y él se enseñoreará de ti” (Gn 3:16) como una excusa para dominar de manera
arbitraria en su hogar. Incluso han citado textos de Elena G. de White como
apoyo a su conducta. Veremos cuál es su posición respecto al tema.
Ella explica cuál es el motivo de este mandato, en la
historia de los “Patriarcas y Profetas” (Pág. 42), dice que Dios había
creado a Adán y a Eva en un plano de igualdad, y si ellos hubiesen permanecido
obedientes a Dios hubieran gozado de una perfecta armonía “…pero el pecado
había traído discordia, y ahora la unión y la armonía podían mantenerse sólo
mediante la sumisión del uno o del otro…” Al separarse Eva de su esposo y
caer en la tentación recibió la parte de la sumisión. Incluso este mandato si
hubiese sido acatado teniendo en cuenta la ley de Dios hubiera resultado una
bendición para ellos, “pero el abuso de parte del hombre de la supremacía
que se le dio, a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha
convertido su vida en una carga.”[1]
Ella explica que esto es consecuencia del pecado, pero no
sostiene que uno de los dos sea quien “domine”, eso es una interpretación
machista. Esa no era la finalidad de este mandato:
“Ninguno de los
dos debe tratar de dominar. El Señor ha
presentado los principios que deben guiarnos.
El esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia. La mujer debe respetar y amar a su
marido. Ambos deben cultivar un espíritu
de bondad, y estar bien resueltos a nunca perjudicarse ni causarse pena el uno
al otro....”[2]
La pregunta es ¿puede la mujer tener voluntad propia? ¿Debe
dejar su individualidad, la debe fundir en la de su esposo? ¿Acaso debe ser su
voluntad la palabra de su marido? EGW responde estas preguntas de una manera
clara:
“Dios requiere
que la esposa recuerde siempre el temor y la gloria de Dios. La sumisión completa que debe hacer es al
Señor Jesucristo, quien la compró como hija suya con el precio infinito de su
vida. Dios le dio a ella una conciencia,
que no puede violar con impunidad. Su
individualidad no puede desaparecer en la de su marido, porque ha sido comprada
por Cristo. Es un error imaginarse que
en todo debe hacer con ciega devoción exactamente como dice su esposo, cuando
sabe que al obrar así han de sufrir perjuicio su cuerpo y su espíritu, que han
sido redimidos de la esclavitud satánica.
Uno hay que supera al marido para la esposa; es su Redentor, y la
sumisión que debe rendir a su esposo debe ser, según Dios lo indicó, "como
conviene en el Señor."[3]
También Pablo nos dice que “la mujer debe estar sujeta a su
marino, como conviene en el Señor,”[4] pero nos explica que los
esposos deben “amar a sus esposas así como Cristo ama a su Iglesia”. La
relación que debe existir es como la de Cristo con su iglesia. Una relación
basada en el amor y la entrega propia por el bienestar de la otra parte, no con
arbitrariedad para suplir deseos personales a expensas del conyuge. EGW también
nos habla de ello:
“Cuando los
maridos exigen de sus esposas una sumisión completa, declarando que las mujeres
no tienen voz ni voluntad en la familia, sino que deben permanecer sujetas en
absoluto, colocan a sus esposas en una condición contraria a la que les asigna
la Escritura. Al interpretar ésta así,
atropellan el propósito de la institución matrimonial. Recurren a esta interpretación simplemente
para poder gobernar arbitrariamente, cosa que no es su prerrogativa.”[5]
No es el propósito de Dios que en la familia haya este tipo de
comportamiento y actitud, el abuso tanto emocional como sicológico o físico no
está excusado ni permitido por dicho mandato, como muchos creen. Nada en la
biblia o los escritos de Elena de White disculpa tales tratos y actitudes.
Ella nos presenta la clave para poder conciliar este mandato y a la
vez gozar de la felicidad y la bendición de Dios.
“Debemos
tener el Espíritu de Dios, o no podremos tener armonía en el hogar. Si la
esposa tiene el espíritu de Cristo, será cuidadosa en lo que respecta a sus
palabras; dominará su genio, será sumisa y sin embargo no se considerará
esclava, sino compañera de su esposo. Si
éste es siervo de Dios, no se enseñoreará de ella; no será arbitrario ni
exigente. Ni el marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario
uno sobre otro. No intentéis imponer vuestros deseos uno a otro. No podéis
hacer esto y conservar el amor mutuo. Sed bondadosos, pacientes, indulgentes,
considerados y corteses. Mediante la gracia de Dios podéis haceros felices el
uno al otro, tal como lo prometisteis al casaros”.[6]
Paulo
S. Benitez
La clave para conciliar el mandato de Dios está muy bien entendida y explicada por Elena G de White
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